Algunos piensan que para comulgar es necesario leer largas
oraciones, descuidando la preparación de sus almas, y la enmienda de sus
vidas. Ante todo, debemos cuidar que nuestro corazón esté debidamente
preparado para recibir al Señor. Se pueden rezar oraciones cortas, pero
fervorosas. Acuérdese que unas palabras del publicano dichas del fondo
de su corazón, lo justificaron: "Señor, ten misericordia de mí,
pecador." Dios mira la disposición del alma y busca un arrepentimiento
verdadero.
Aquél que participe del Santo Cáliz con alguna pasión en sí, es semejante a Judas, y besa al Hijo de Dios con dolo.
Aquél que cree en el Salvador y se alimenta de Su Cuerpo y Sangre Divinos, tiene la Vida Eterna en sí. Por lo tanto, cada pecado es un sufrimiento para el alma y le turba el corazón. Mas el que no se acerca a Dios, comete el pecado, frecuentemente no siente remordimiento porque la Vida Eterna, no está en él. Al recibir los Santos Misterios con fe, se sentirá una paz profunda en el espíritu y el corazón estará alegre. El Señor nos colma de beneficios según la medida de nuestra fe. El Cuerpo y Sangre del Señor son vivificantes, como un carbón encendido y ardiente, según el grado de la preparación del alma.
La Iglesia es el Cielo, el Altar, el Trono de Vida, del cual Dios desciende en los Santos y Purísimos misterios, para alimentar y dar Vida a los fieles. ¡Grandes y maravillosas son Tus obras, Señor Dios Omnipotente!
"Y he aquí Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt. 28:20). Tú estás con nosotros a través de los tiempos; y no estamos ni un solo día sin Ti ¡y no podemos vivir sin Tu presencia! ¡Tú estás especialmente en los Sacramentos de Tu Cuerpo y Sangre! En cada Liturgia tomas un Cuerpo semejante al nuestro, salvo el del pecado, y nos alimentas con Tu carne Vivificada. Por medio de este Sacramento estás plenamente con nosotros, y Tu Carne se une a nuestra carne, mientras que Tu Espíritu se une a nuestra alma; y sentimos esta unión dulcísima, vivificadora, de paz profunda, así unidos a Ti nos hacemos un espíritu contigo; nos hacemos como Tú, buenos, mansos, y humildes, así como dijiste: "Aprended de Mi que soy manso y humilde de corazón" (Mt. 11:29).
Como en Cristo Jesús habita la plenitud de la Divinidad," así también esta plenitud habita en el Sacramento Vivificador de Su Cuerpo y Sangre, purísimos. En el pequeño cuerpo humano, cabe toda la plenitud del infinito, la incomprensible Deidad; y en el pequeño "Cordero" o "Pan Eucarístico" en la más pequeña partícula habita dicha plenitud Divina. ¡Gloria a Tu Omnipotencia y bondad, Oh Señor!"
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