"Άξιον εστίν ως αληθώςμακαρίζειν σε την Θεοτόκον,
την αειμακάριστον και παναμώμητονκαι μητέρα του Θεού ημών.
Την τιμιωτέραν των Χερουβείμ καιενδοξοτέραν
ασυγκρίτως των Σεραφείμτην
αδιαφθόρως Θεόν Λόγον τεκούσαν,
την όντως Θεοτόκον, Σε μεγαλύνομεν".
την αειμακάριστον και παναμώμητονκαι μητέρα του Θεού ημών.
Την τιμιωτέραν των Χερουβείμ καιενδοξοτέραν
ασυγκρίτως των Σεραφείμτην
αδιαφθόρως Θεόν Λόγον τεκούσαν,
την όντως Θεοτόκον, Σε μεγαλύνομεν".
Verdaderamente es digno bendecirte, oh Progenitora de Dios,
siempre bienaventurada y purísima Madre de nuestro Dios.
Tú eres, más venerable que los Querubines
e incomparablemente más gloriosa que los Serafines;
tú que que sin mancha diste a luz al Verbo Dios.Verdaderamente eres la Madre de Dios.A ti engrandecemos.
No muy lejos de Karyes, la capital del Monte Athos, en dirección del Monasterio de Pantocrator, vivían un gerontas virtuoso y su joven discípulo. Un sábado por la noche, dejando solo a su discípulo, el anciano se marchó a la Vigilia celebrada, como cada semana, en la iglesia de Protaton.
Al caer la noche, un monje desconocido tocó a la puerta y el discípulo lo acogió. Al amanecer, se encontraron en la capilla para cantar juntos los Oficios de Orthros; pero cuando llegaron a la novena oda, mientras el discípulo entonaba el himno "Más venerada que los Querubines" frente al icono de la Madre de Dios, el huésped lo hizo preceder de las siguientes palabras: «Digno es verdaderamente exaltarte, Madre de Dios, siempre bienaventurada e Inmaculada, Madre de nuestro Dios...»
Sorprendido al oír por primera vez este canto, el discípulo le pidió a su huésped que se lo escribiera, y el monje desconocido, como no encontrara una hoja de papel, grabó el himno de su propia mano, y sin dificultad, sobre una placa de piedra. Y, antes de desaparecer, añadió: «A partir de hoy, todos los Ortodoxos canten así este himno a la Madre de Dios.»
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