La oración es la elevación de la mente y el corazón en Dios; es
la contemplación de Dios, la conversación de la criatura con el Creador,
estando el alma con reverencia ante El, el Rey, y la Vida misma, ante
Aquél que da la vida a todos. La oración es el olvido de todo lo que nos
rodea, es la Luz del alma, es su respiración, su purificación del
pecado, su alimento y su bebida espiritual; es el yugo suave de Cristo,
su carga ligera. La oración es el constante recuerdo de nuestra pobreza
espiritual, la santificación del alma, el anticipo de la bienaventuranza
futura, es el éxtasis angelical, la lluvia celestial, refrescando y
fertilizando la tierra del alma. Es el poder y la fortaleza del alma y
del cuerpo; es el refrigerio de la mente, la iluminación del rostro, el
gozo del espíritu, el eslabón de oro, que une a la
criatura a su Creador; es el valor y el coraje en todas las
aflicciones, en las tentaciones de la vida; es la lámpara de la Vida, el
éxito en todas las empresas, una dignidad semejante a los ángeles; es
la fortaleza de la fe, la esperanza y la caridad. La oración es el
intercambio con los ángeles y los santos que complacieron a Dios desde
la creación del mundo. La oración es la enmienda de la vida, la madre de
la contrición verdadera, y de las lágrimas; es un arrepentimiento, un
motivo poderoso para impulsar las obras de caridad, es la seguridad de
vida, es la destrucción del temor a la muerte; es el desprecio de los
tesoros de la tierra, el deseo de los Dones Celestiales; es la espera
del Juez Universal, la resurrección y la Vida del siglo venidero. Es la
busca incesante por la misericordia (el perdón) de Dios, es un gran
empeño para salvarse de los tormentos eternos, es caminar en la
presencia de Dios, es la desaparición del ser ante el
Creador que todo lo llena, es el agua viva del alma, por medio de la
cual ésta sacia su sed. La oración es tener a todos en su corazón por
medio del amor; es el descenso del cielo en el alma, es la habitación de
la Santísima Trinidad en el alma, según dijo el Señor: "Vendremos a él y
haremos en él Nuestra morada" (Jn. 14:23).
Al acercarse a Dios en la oración, hay que tratar de ser semejante a El, manso, humilde y recto de corazón; que no haya duplicidad, engaño, ni frialdad en nuestro corazón. Hay que esforzarse en tener su Espíritu, porque "Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él" (Rom. 8:9). El Señor busca en nosotros algo semejante a El, donde pueda injertar su gracia.
"Del corazón salen los malos pensamientos que manchan al hombre, por lo tanto debemos purificar nuestro interior, nuestras intenciones, y adorar a Dios en espíritu y en verdad" dice San Nilus.
Terrible es el pronunciamiento hecho por los Santos referentes a la oración mal hecha: "Y ya también está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego" (Mt. 3:10 y 6:19).
Recordemos que ninguna palabra se pierde en la oración, si se dice de corazón. Dios escucha cada palabra y la pesa en la balanza. Algunas veces nos parece que las palabras son tiradas al viento, en vano, no es así. Debemos recordar que Dios nos comprende cuando oramos, porque el hombre es la imagen de Dios. El Señor responde a cada deseo del corazón, expresado o no en palabras.
La insensibilidad del corazón durante la oración procede de la incredulidad, del pecado, y éstas a su vez emanan de un pensamiento secreto de orgullo. De acuerdo a sus sentimientos durante la oración, la persona puede conocer si es orgullosa o humilde; más sentimientos tiene, más ardiente su oración, más humilde es; mientras más seca y fría su oración, más orgullosa es.
La oración respira esperanza y la oración sin esperanza es pecado. Nunca hay que desesperar de la misericordia de Dios, cualquiera que sean nuestros pecados; por la tentación del demonio, orad de todo corazón en la esperanza de ser perdonados, llamad a la puerta de la misericordia de Dios y se os abrirá.
Durante la oración hay que creer firmemente y recordar que cada pensamiento y palabra pueden indudablemente llegar a ser obras. "Porque nada hay imposible para Dios" (Lc. 1:37). "El que se junta con el Señor, un espíritu es" (1 Cor. 6:17). Esto quiere decir que aún vuestras palabras no serán sin poder. Poned cuidado a vuestras palabras, la palabra es preciosa. "Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del Juicio" (Mt. 12:36).
El Padre Juan de Cronstadt viendo que los fieles en la Iglesia no prestaban mucha atención, oró por ellos a Dios diciendo: "Muchos de los que están en Tu presencia, están con sus almas ociosas, como vasos vacíos, y no saben orar como se debe." Llena sus corazones con el conocimiento de Tu bondad, y con contrición verdadera, hazlos vasos colmados, concédeles el Espíritu Santo."
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