martes, 4 de noviembre de 2014

Santo Apóstol Andrés que fue llamado primero‏

30 de Noviembre   
Santo Apóstol Andrés que fue llamado primero
 
El Santo Apóstol Andrés que fue llamado primero, fue el primero en seguir a Cristo y después trajo a su propio hermano, el Santo Apóstol Pedro a Cristo (Juan 1:35:42). El futuro Apóstol vino de Bethsaida, y desde su juventud se apunto con toda su alma hacia Dios. El no contrato matrimonio, y trabajo con su hermano como pescador. Cuando el Santo Profeta, Precursor y Bautista Juan comenzó a predicar, San Andrés se convirtió en su discípulo más íntimo. San Juan el Bautista mando sus dos discípulos a Cristo, los futuros Apóstoles Andrés y Juan el Teólogo, declarando a Cristo como el Cordero de Dios.
 
Después del descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, San Andrés viajo a las tierras del este predicando la palabra de Dios. El viajo por Asia Menor, Tracia, Macedonia, alcanzo el río Danubio, se movió por la costa del mar Negro, por Crimea, la región del mar Negro y por el río Dniéper donde el subió el lugar donde la ciudad de Kiev está ubicada hoy.
 
El paso la noche en las lomas de Kiev. Levantándose en la mañana, le dijo a los discípulos que estaban con él: “¿Ven ustedes estas lomas?  Sobre estas lomas brillara la beneficencia de Dios, y habrá una ciudad grande aquí, y Dios levantara muchas iglesias”. El apóstol fue por las lomas, bendiciéndolas y  levanto una cruz. Después de orar, el continuo por el Dniéper y alcanzo el campamento de los eslavos, donde Nóvgorod fue construido. De ahí el apóstol continuo por la tierra de los Varangianos hacia Roma para predicar, y de nuevo regreso por Tracia, donde en la futura aldea de Bizancio, la futura Constantinopla, el fundo la iglesia de Cristo. El nombre del Santo Apóstol Andrés enlaza la madre, la Iglesia de Constantinopla, con su hija, la Iglesia de Rusia. 
 
En sus viajes el Apóstol Llamado Primero sostuvo mucho sufrimiento y tormentas de los paganos: lo echaron de sus ciudades y lo maltrataron. En Sinope lo apedrearon, pero continuando ileso, el persistente discípulo de Cristo continúo predicando a la gente sobre el Salvador. Por las oraciones del Apóstol, el Señor obro milagros. Por los labores del  santo Apóstol  Andrés, Iglesias Cristianas fueron establecidas, para cuales el proveo obispos y clero. La última ciudad a la cual el Apóstol vino fue la ciudad de Patra, donde el fue destinado a sufrir el martirio.
 
Pocos paganos quedaron en Patra, pero entre ellos estaba el prefecto de la ciudad, Ageatos. El Apóstol Andrés continuamente volvía a él con las palabras del Evangelio. Ni siquiera los milagros del Apóstol convencían a Ageatos. El Santo Apóstol con amor y humildad recurría a su alma, buscando revelarle el misterio Cristiano de la vida eterna, por el milagroso poder de la Santa Cruz del Señor. El enojado Ageatos ordeno la crucifixión del Apóstol. Los paganos pensaban que podría deshacer la predicación de San Andrés si lo matara en la cruz.
 
San Andes llamado el Primero acepto la decisión del prefecto con alegría y orando al Señor, se fue voluntariamente al lugar de la ejecución. En orden para prolongar el sufrimiento del santo, Ageatos ordeno que no clavaran las manos o los pies del santo, pero que las amarraran a la cruz. Por dos días el Apóstol enseñaba a la ciudadanía que se congregaba.  La gente escuchándolo, con toda su alma teniendo lastima por el trataron de bajar a San Andrés de la cruz. Temiendo un motín de la gente, Ageatos ordeno parar la ejecución. Pero el santo apóstol comenzó a orar al Señor que le conceda muerte en la cruz. Al los soldados intentar bajar al Apóstol Andrés, perdieron el control de sus manos. El crucificado apóstol, dando gloria a Dios, dijo: “Señor Jesucristo, recibe mi espíritu”. Entonces un rayo de luz divina ilumino la cruz y al mártir crucificado en ella. Cuando la luz desvaneció, el Santo Apóstol Andrés había dado su santa alma al Señor. Maximilla, la esposa del prefecto, tomo el cuerpo del santo de la cruz, y lo enterró con todo honor. 
 
Algunos siglos después, bajo el emperador Constantino el Grande, las reliquias del santo Apóstol Andrés fueron trasferidas solemnemente a Constantinopla y puesta en la Iglesia de los Santo Apóstoles al lado de las reliquias del santo Evangelista Lucas y el discípulo de San Pablo San Timoteo.

La Iglesia Ortodoxa y el fin del Mundo...I

La meta de nuestra existencia terrenal es una sola: prepararnos para la vida eterna. La sabiduría cristiana consiste en aprovechar al máximo el precioso don del tiempo para asegurar la vida futura. Nuestro Señor Jesucristo en muchos de sus preceptos exhortaba a sus discípulos a valorar el tiempo y vivir constantemente preparados para comparecer ante Dios y para dar cuenta de sus actos. (Ve, por ejemplo, la descripción del Juicio Divino en el Evangelio según San Mateo (25:31-46); las parábolas del Salvador acerca de la cizaña (San Mateo 13:24-43), acerca de los siervos que están esperando a su señor (San Lucas 12:35-40), acerca del mayordomo infiel (San Lucas 16:1-13), de los invitados a la boda (San Lucas 14:16-24), de los talentos (San Mateo 25:14-30), de los jornaleros que recibieron la misma remuneración (San Mateo 20:1-16) y de las 10 doncellas (San Mateo 25:1-13).
"Velad - repetía el Señor - porque no sabéis cuándo llegará el Hijo del Hombre" (Mateo 24:42); esto significa que nuestra vida puede interrumpirse en el momento más inesperado. Éste será para ustedes el fin del mundo, es decir, el día del juicio y el principio de la eternidad.
Todos los hombres, en mayor o menor medida, temen a la muerte, sin embargo, los Apóstoles enseñaban a los cristianos a tener presente el futuro encuentro con Dios, porque reflexionar referente a esto ayuda a corregir la vida. "La Venida del Señor está cercana - escribe el santo Apóstol Santiago (Jacobo), - mirad que el Juez está a las puertas" (Santiago (Jacobo) 5:8-9).
Los primeros escritos cristianos, que desde el tiempo de los Apóstoles los cristianos, con mucha atención esperaban el pronto regreso, a la Tierra, de nuestro Señor Jesucristo. Esta expectativa se sostenía, por un lado, debido a la atmósfera de persecución y martirio que rodeaban sus vidas. La intensidad del acoso, a veces, les recordaba lo anunciado por el Salvador acerca de los últimos tiempos, cuando era imposible garantizar siquiera un solo día de tranquila existencia. Sería suficiente recordar al santo archidiácono Esteban, los santos apóstoles Pedro y Pablo, las santas mártires Fe, Esperanza, Amor y su madre Sofía, la santa y gran mártir Bárbara, el victorioso San Jorge y a otros gloriosos mártires, para convencerse de que la vida de los creyentes en los primeros tiempos del cristianismo estaba permanentemente en peligro. En las personas de los emperadores Nerón, Domiciano, Decio, Dioclesiano y otros perseguidores semejantes a ellos, los cristianos veían la imagen de la bestia apocalíptica. Por otro lado, muchos cristianos de los primeros tiempos, estaban tan inflamados por la fe y el empeño en llevar una vida recta que la vuelta de Cristo e la Tierra se entendía no como el tiempo del Juicio y la rendición de cuentas, sino como un alegre encuentro con el Salvador, a Quien ellos amaban con todo su corazón. Ellos realmente deseaban la pronta llegada de Cristo.
Con el naufragio del paganismo, al principio del siglo IV, y el cese de las persecuciones se debilitó en los cristianos el fervor espiritual y la espera del segundo advenimiento de Cristo se atempero. Un estudio más sistemático de las Escrituras convenció a los teólogos que antes de la llegada del "Gran día del Señor," en la vida de la humanidad deben cumplirse determinados procesos espirituales y sociales.
Las Sagradas Escrituras no revelan exactamente el tiempo de la segunda venida de Cristo, sin embargo, nos indican una serie de señales determinadas por las cuales podemos deducir la relativa proximidad de ese día. Al Concluir Su Enseñanza acerca del fin del mundo, el Señor Jesucristo dijo: "Aprended la parábola de la higuera: cuando sus ramos están tiernos y brotan las hojas, conocéis que el estío se acerca; así vosotros también, cuando veáis todas estas cosas, entended que el fin está próximo, a las puertas" (San Mateo 24:32-34); quiere decir que los mismos acontecimientos demostrarán hasta qué punto se aproximó el fin del mundo. En los discursos del Salvador y los preceptos de los apóstoles, encontramos las siguientes "señales" sobre la inminencia del segundo advenimiento de Cristo:
A) La difusión universal del Evangelio. "Será predicado este Evangelio del reino en todo el mundo, testimonio para todas las naciones, y entonces vendrá el fin" (San Mateo 24:14).
B) El extremado debilitamiento de la fe. Aunque la doctrina cristiana se conocerá universalmente, a la gente le será indiferente, de modo que "el Hijo del hombre, al venir, ¿encontrará fe en la tierra?" (San Lucas 18:8). De acuerdo con las palabras del santo apóstol Pablo, "llegará el tiempo en que los hombres no aceptarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas" (2 Tim. 4:3-4) es decir, que los hombres en lugar de interesarse por la verdad, preferirán lo que sea curioso y agradable de escuchar.
C) Surgirán falsos profetas y falsos mesías, quienes inducirán a los hombres a diversas sectas y cultos salvajes, adulando los bajos instintos de la multitud. En cuanto a los falsos maestros, el Señor previene a los fieles diciendo: "Cuidad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, y dirán 'yo soy el Mesías' y engañarán a muchos... no sigáis sus huellas... Se levantarán falsos mesías y falsos profetas, y obrarán grandes señales y prodigios para inducir a error, si fuera posible, aun a los mismos elegidos. Mirad que os lo digo de antemano" (San Mateo 24:4-5, 24-25 y San Marcos 13:6). El libro del Apocalipsis describe los milagros del último falso profeta, y el santo apóstol Pablo explica que estos milagros no serán verdaderos sino sólo aparentes. (Apoc. 13:13-15; 2 Tes. 2:9).
D) Conversión a Cristo del pueblo hebreo. De acuerdo con el apóstol Pablo, paralelamente con la masiva apostasía del cristianismo de muchos pueblos, tendrá lugar el retorno del pueblo hebreo a Cristo: "No quiero dejaros, hermanos, en ignorancia acerca de este misterio que la crueldad (incredulidad) estará en Israel sólo hasta cierto tiempo: hasta que entre (en la Iglesia) la totalidad de los gentiles; luego se salvará Israel entero (de los últimos tiempos), como está escrito: vendrá de Sión el Redentor y apartará la desgracia de Jacob... ¡Oh, profundidad de la riqueza, la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables son sus caminos!" (Ver los capítulos 10 y 11 de la epístola a los Romanos).
Se ha de notar que esta profecía del santo apóstol Pablo ya comenzó a cumplirse inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando en Nueva York, judíos creyentes, comenzaron a difundir entre sus hermanos según la sangre, la fe en nuestro Señor Jesucristo. Con un muy buen dominio del Antiguo Testamento, comprobaron y se persuadieron de que Jesucristo es el verdadero Mesías prometido a sus padres. Como resultado de su predicación, en algunas grandes ciudades de los Estados Unidos de América han surgido comunidades de hebreos cristianos. Hacia el año 1990 el número de estos hebreos bautizados alcanzó varias decenas de miles. (Los interesados en este tema pueden solicitar la literatura (en idioma inglés) de: VETH SAR SHALOM PUBLICATION, 250 w. 57 st. New York, N.Y. 10023).
e) El mal y las injusticias crecerán extremadamente. La pérdida de la fe conducirá a una mayor caída de la moral. El santo apóstol Pablo caracteriza a los hombres de antes del fin del mundo de la siguiente manera: "En los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles, porque habrá hombres egoístas, avaros, orgullosos, altivos, maldicientes, rebeldes a los padres, hostiles, irreconciliables, desleales, calumniadores, disolutos, inhumanos, enemigos de todo lo bueno, traidores, protervos, henchidos, amadores de los placeres más que de Dios, que con una apariencia de piedad, están en realidad lejos de ella" (2 Tim. 3:1-5) y que "por exceso de maldad se enfriará la caridad de muchos" (San Mateo 24:12). De la totalidad de los vaticinios de las Sagradas Escrituras debe concluirse que la llegada del último y temible día del fin del mundo será precedida por un gradual deterioro moral secular, y consecuentemente, la vida espiritual de la humanidad sufrirá una profunda descomposición. Los intereses carnales predominarán sobre los espirituales. Se perderá el interés por Cristo, y hasta se dejará de pensar en Él. Para muchos su vida y su doctrina no serán más que un antiguo recuerdo. Se repetirá nuevamente el estado antediluviano de la humanidad, acerca del cual leemos en la Biblia: "Viendo Dios cuánto había crecido la depravación del hombre sobre la tierra, y cómo todos los pensamientos y deseos de su corazón tendían en todo tiempo al mal, se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra... Pues la Tierra se corrompió ante la faz de Dios y se colmó de actos de maldad" (Gén. 6:5-6). Una situación similar vivirá también la humanidad antes del segundo advenimiento de Cristo.
f) Se difundirán el sortilegio, el servicio a la fuerza maléfica y otras abominaciones paganas. La misma concepción del mundo, por parte de los hombres, será envenenada por la mentira diabólica: "Pero el Espíritu claramente dice que en los últimos tiempos se apartarán algunos de la fe, dando oídos a los espíritus que seducen y a las enseñanzas demoniacas" (1 Tm. 4:1). El libro del Apocalipsis profetiza la extraordinaria penetración de la fuerza diabólica en la vida humana. Esta fuerza del más allá, a la manera de humo llenará y envenenará la misma atmósfera que respira la gente, como lo describe el santo apóstol Juan: (11) "Cuando fue abierto el pozo del abismo, del mismo subió el humo como si fuera de un gran horno, el sol y el aire se ensombrecieron a causa del humo del pozo. Y del humo salieron las langostas sobre la tierra... Y por rey tenían al ángel del abismo cuyo nombre es, en hebreo, Abadon y en griego, Apolyon (destructor)" (Apoc. 9:2-3 y 11). Y aunque el Señor mediante muchas tribulaciones, llamará a los hombres a la penitencia, "no se arrepentirán de las obras de sus manos, no dejarán de adorar a los demonios... y no se arrepentirán de sus homicidios, ni de sus maleficios, ni de su fornicación, ni de sus robos" (Apoc. 9:20-21).
g) "Crecerán la enemistad recíproca y el odio y aumentará la persecución a los creyentes." El nombre de cristiano será odioso para los hombres que rechazarán toda cultura religiosa, todo recuerdo y toda invocación a Dios, cifrando toda su esperanza en sí mismos, en su mente, en sus conocimientos y en sus habilidades. El número de los cristianos se reducirá considerablemente, y los enemigos de los creyentes a menudo serán sus propios familiares, como profetizó el Señor: "Entonces os entregarán a los tormentos y os matarán, y seréis aborrecidos de todos los pueblos a causa de Mi nombre... y unos a otros se harán traición y se aborrecerán... y el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo, y se levantarán los hijos contra los padres y les darán muerte... pero no se perderá un sólo cabello de vuestra cabeza - concluye el Salvador consolándolos. El que perseverare hasta el fin se salvara" (San Mateo 24:9-10; San Marcos 13:12-13 y San Lucas 21:18).
h) Las guerras sangrientas y diversas calamidades naturales adquirirán dimensión catastrófica. Los hombres languidecerán bajo el peso de las tribulaciones. No tendrán fuerza suficiente para superarlas, tampoco buscarán la ayuda de Dios debido a su incredulidad. Entonces, "oiréis hablar de guerras y rumores de guerras; pero no os turbéis porque es preciso que esto suceda, mas no es aún el fin. Se levantará nación contra nación... y habrá hambre, mortandad y terribles fenómenos y grandes señales en el cielo, sobre el sol, la luna y las estrellas. Desolación y perplejidad en los pueblos y el mar se pondrá ruidoso y turbulento. Los hombres morirán de miedo a la espera de las grandes desgracias que deberán llegar al universo, pues los poderes del firmamento serán sacudidos" (San Mateo cap. 24; San Marcos cap. 13 y San Lucas cap. 21). Las últimas palabras de esta profecía ya se refieren al propio fin del mundo. Pero antes de su llegada ocurrirá aún algo más terrible para la vida de la humanidad: la entronización del anticristo.
La Denominación de "Anticristo" se emplea en las Sagradas Escrituras con un doble significado. En un sentido amplio, se refiere a cualquier enemigo de Cristo (el prefijo "anti" significa contrario... En ese sentido habla el Apóstol Juan el Teólogo en sus dos primeras epístolas). Y en un sentido estricto, esa denominación señala una persona determinada, el "anticristo," quien dirige todos sus esfuerzos a la erradicación de la fe en Cristo. La aparición de este anticristo personal sobre la arena mundial será la última y decisiva señal de la aproximación de la segunda venida de Cristo.
El constante crecimiento de la apostasía de la humanidad, hacia el fin del mundo, se centrará en el determinado "hombre de la iniquidad," quien encabezará la última lucha desesperada contra el cristianismo. Acerca de las cualidades y los actos de este Anticristo dice el apóstol San Pablo:
"Que nadie en modo alguno os engañe: porque aquel día (el del Señor) no llegará hasta que se cumpla la apostasía y se manifieste el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición, que se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios, o que es sagrado, tan sólo no se consumará hasta que sea quitado de en medio el que ahora le retiene, (la fuerza de Dios que, por medio de los legítimos gobernantes, obstaculiza su entronización) entonces se manifestará el impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de Su boca destruyéndole con la manifestación de su parusía. La llegada del inicuo estará acompañada del poder de Satanás, de todo género de milagros, señales y prodigios engañosos y de seducciones de iniquidad para los destinados a la perdición, por no haber recibido el amor de la Verdad para ser salvos. Por eso, Dios les enviará confusión para que crean en la mentira" (2 Tes. 2:3-11).
¿Qué favorecerá el éxito del anticristo, y en qué residirá el secreto de su enorme poder e influencia? Es evidente que el anticristo será el notable portavoz de su época material y atea. Además, su llegada al poder será promovida por ciertos factores externos. Probablemente, en su tiempo la humanidad estará amenazada por una guerra mundial nuclear y biológica o por una crisis política y económica universal. Los gobiernos estarán al borde del derrumbe, y las naciones vivirán en estado de alboroto y revolución. Entonces, sobre las olas turbias de la tempestad mundial, surgirá un líder "genial" como el único que puede salvar la humanidad de la humanidad. Será respaldado por una poderosa organización interesada en el dominio mundial. Con su apoyo, el anticristo se presentará con su programa de reformas económico-sociales, que serán obstinadamente sostenidas y propagadas por los medios masivos de información.
Hay que pensar que los judíos que no reconocen a Cristo, verán en el Anticristo al Mesías aguardado desde hace mucho, y la mayoría de los hombres cifrará su esperanza en que éste pondrá fin a guerras y crisis, trayendo el bienestar general. Posiblemente, y teniendo en vista esta ceguera de la humanidad que no puede divisar la inminente catástrofe, el santo apóstol Pablo escribió: "El día del Señor llegará como el ladrón en la noche. Cuando digan: 'paz y seguridad', entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores del parto a la parturienta, y no escaparán" (1 Tes. 5:1-6).
El anticristo no se satisfará solamente por el poder político y las reformas exteriores. Al ser alabado por todos, creerá que es un gran pensador, superhombre y hasta una deidad, de modo que adelantará una nueva concepción del mundo, una nueva fe, una nueva moral para sustituir la "vetusta y fracasada" doctrina cristiana. Embriagado por la manía de grandeza, pretenderá pasar por Dios y se sentará en el templo (posiblemente en el templo a construirse previamente en Jerusalén), exigiendo adoración. De acuerdo con la palabra del santo apóstol Pablo, la actividad del anticristo será muy exitosa, apoyada por Satanás y acompañada por las señales y los falsos milagros con cualquier seducción impía para con los condenados. Bajo esos milagros y señales del Anticristo no solamente se han de comprender aparentes milagros y trucos que a todos entusiasmarán, sino también las mayores adquisiciones del progreso humano en los ramos de la ciencia y el arte, las cuales se utilizarán para reforzar su poder (el "espíritu infundido en la imagen de la bestia" (Apoc. 13:15) ¿No será acaso el televisor o algo parecido?). Se aplicará el más perfecto sistema de espionaje y seguimiento, inclusive el control del comportamiento humano; así los que quisieran comprar o vender algo, deberán presentar un permiso especial para tal fin ("la marca de la bestia" -, Apoc. 13:17). Los programas de radio y televisión, al igual que la prensa, estarán dirigidos para fortalecer sin interrupción el culto al líder, y para crear una opinión pública elaborada por las autoridades. Los que expresen sus dudas acerca del genio y las medidas por él emprendidas serán enérgicamente aniquilados como enemigos de la humanidad.
La imagen del anticristo que ha de venir figura en el libro del profeta Daniel bajo la forma del "cuerno pequeño," que tiene indudablemente los rasgos del rey de Siria Antíoco IV Epífanes, un cruel perseguidor de los creyentes judíos (reinó de 175 a 164 a. J. C.; véase: Daniel capítulos 7 a 11, y los primeros libros de Macabeos). En el Apocalipsis de San Juan el Teólogo, el anticristo está representado como una bestia salida del mar (Apoc. Cap. 13, y 19-21.10) y tiene rasgos de los emperadores Nerón y Domiciano (Nerón reinó desde 54 a 68 d. C. y terminó su vida suicidándose - bajo su reinado en Roma sufrieron martirio los santos apóstoles Pedro y Pablo; Domiciano reinó de 81 a 96 d. J. C., promulgó el decreto de la persecución universal de los cristianos que no le adoraban como a un dios). Bajo él fue desterrado el apóstol San Juan, el Teólogo a la isla Patmos. Muchos hombres creían que Domiciano era Nerón reencarnado, lo que puede utilizarse para caracterizar al anticristo: "Bestia que tiene una herida de espada y que ha revivido" (Apoc. 13:14), contemporáneos del apóstol. Es necesario explicar que en el Apocalipsis, como bestia, se comprende no solamente al propio anticristo, sino también todo el aparato estatal de su imperio anticristiano.
Al examinar los prototipos bíblicos del último anticristo que ha de venir, saltan a la vista algunos rasgos comunes. Todos ellos eran hombres nulos tanto intelectualmente, como en lo relacionado con su capacidad de gobernar. Llegaron a las posiciones más elevadas no por sus méritos, sino sólo aprovechando la situación favorable ("El poder yacía sobre el camino, y lo hemos levantado). Eran más bien conspiradores que hombres con amplia mentalidad estadista, todos ellos sufrían de complejo de grandeza y en la vida privada eran mentirosos, lujuriosos y crueles (Nerón asesinó hasta a su propia madre). Se puede suponer que así será también el último "líder mundial."
Si nos atenemos textualmente a lo indicado por las Sagradas Escrituras, la actividad del anticristo durará tres años y medio y finalizará con el advenimiento de Cristo, la resurrección universal y el Juicio Terrible (Dan. 7:25; Apoc. 11:2-3, 12:14 y 13:5). San Cirilo de Jerusalén, en sus Instrucciones Publicadas (5 y 15), y San Efrem el Sirio en su "Discurso acerca del advenimiento del Señor y el anticristo," describen detalladamente el carácter, la personalidad y el modo de actuar del anticristo. El bien conocido filósofo ruso Vladimir S. Soloviev trató de representar la época del advenimiento del anticristo y su personalidad en su "Relato acerca del anticristo," pero su descripción, con un tono a veces chistoso, no transmite en su totalidad el terror y desesperación que penderán sobre la humanidad en el último período de su existencia. Su relato es un cándido idilio en comparación con el terror que prevalecerá en los hombres que han perdido a Dios.
San Juan el Teólogo, en el Apocalipsis, menciona la aparición de "dos testigos" durante el período activo del anticristo (se supone que podría tratarse del profeta Elías y del patriarca Enoch), quienes profetizarán la verdad y harán milagros, pero serán asesinados por aquél cuando finalicen sus testimonios (Apoc. 11:3-12).
Así testifica la Palabra de Dios acerca del tiempo venidero, conceptos y tendencias de la disposición de la sociedad antes de la segunda llegada de Jesucristo. Aunque todas estas señales son claras y evidentes, la capacidad para verlas y comprenderlas depende del nivel espiritual del hombre. Los pecadores no están en condiciones de comprender lo que ocurre ante sus propios ojos, ni hacia dónde rueda el mundo. Por eso, el Salvador prevenía a sus discípulos diciendo: "Estad atentos, no sea que se emboten vuestros corazones por el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y de repente caiga sobre vosotros aquel día como una red; porque vendrá sobre todos los moradores de la tierra. Velad, pues, en todo tiempo y orad, para que podáis evitar todo esto que ha de venir y comparecer ante el Hijo del Hombre" (San Lucas 21:34-36).
La Mirada Espiritual de los cristianos debe dirigirse hacia el próximo acontecimiento gozoso, es decir, el segundo advenimiento de Cristo en la tierra: "Cuando estas cosas comenzaren a suceder, (las penurias finales) cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención" (San Lucas 21:28). La realidad de este advenimiento es afirmada definitivamente por el mismo Señor Jesucristo con la indicación de una serie de pormenores (San Mateo 16:27; San Mateo 24; San Marcos 8:38; San Lucas 12:40; San Lucas 17:24 y San Juan 14:3). Este suceso fue declarado por los ángeles durante la Ascensión del Señor (Hechos 1:11) y los apóstoles nos lo han recordado a menudo (Ap. Judas 14:15; 1 Juan 2:28; 1 Pedro 4:13; 1 Cor. 4:5 y 1 Tes. 5:2-6, etc.).
El propio Señor describió su venida como repentina y manifiesta para todos: "Como el relámpago, que sale del oriente y brilla hasta el occidente, así va a ser la venida del Hijo del Hombre" (San Mateo 24:27).

La Unidad en la Iglesia Ortodoxa...‏

La unidad de la Iglesia no sólo entre sus miles de parroquias y diócesis en todo el mundo, sino la de todos los Patriarcados, está basada en dos pilares fundamentales :El primero es que tiene una cabeza que es Cristo Resucitado (Efesios 1,22), siendo la Iglesia Su Cuerpo Místico. El otro es la unidad doctrinaria de la fe y la comunión de la Gracia, del mismo Cáliz y los mismos Sacramentos, existiendo entre ellos un permanente lazo de oración.

Nuestra fe común tiene como fuente, las Sagradas Escrituras y la Santa Tradición. Fue comentada por los Santos Padres Teólogos de la Iglesia, como San Basilio el Grande, San Juan Crisóstomo, San Gregorio el Teólogo, San Gregorio Nazianceno, San Ignacio de Antioquía, San Juan Damasceno, San Agustín, San Gregorio Palamás, y otros., y por las enseñanzas explicitadas y proclamadas en los Siete Concilios Ecuménicos de toda la cristiandad, considerados como la más alta autoridad. Estos Concilios fueron celebrados en Nicea, Constantinopla, Efeso, Calcedonia, etc., desde el Siglo IV al Siglo VIII. En los dos primeros, Nicea año 325 y Constantinopla año 381, se estableció el Credo de nuestra fe, que cada domingo confesamos en voz alta durante la Divina Liturgia y en otros oficios.

Los Siete Concilios Ecuménicos afirmaron la pureza de la fe y la recta doctrina frente a las herejías, la veneración debida a las Sagradas Imágenes o Íconos, y la disciplina eclesiástica.
Asimismo afirmamos que la plenitud de la Iglesia es asistida por el Espíritu Santo, por lo cual la Iglesia es infalible.

Unas palabras del Padre Paísios...‏

 


“Tres jóvenes, al haber recibido la Maestría en Teología, visitaron al Padre Paísio en el Monte Athos. En medio de la charla, él les preguntó lo que hacían. Contestaron: “Somos Teólogos”. El Padre Paísio pregunto con un humor constructivo: “Sabía que los teólogos son tres –se refería a los santos Juan Evangelista, Gregorio y Simeón el Nuevo Teólogo- pero he aquí que ya son seis.”

La Santa y bendita Theotokos en la Iglesia Ortodoxa...‏

La Santa y bendita Theotokos en la Iglesia Ortodoxa...


La Santísima Virgen María, Madre de Dios
La Virgen María tiene un importante lugar en la Iglesia Ortodoxa, el que fácilmente se puede observar con el simple hecho de entrar a un templo ortodoxo: siempre hay al menos un ícono de la Virgen María notoriamente visible a los fieles. Entre todos los santos, la Santísima Virgen María goza de un lugar singular. Es venerada como la más excelsa de todas las criaturas de Dios, "mas venerable que los querubines e incomparablemente más gloriosa que los serafines," como cantamos en uno de los himnos de la Divina Liturgia.
Los datos más antiguos que tenemos acerca de María, los encontramos en el Nuevo Testamento, y también en los escritos llamados los "evangelios apócrifos". Estos son documentos compuestos en los primeros días de la iglesia, que no fueron aceptados finalmente como "Evangelios Canónicos" incluidos en el Nuevo Testamento, pero que si son una fuente que nos enseña acerca de la vida de María. Algunos de estos evangelios apócrifos que relatan detalles de su vida incluyen el Proto Evangelio de Santiago, el Pseudo-Mateo, y el Evangelio de la Natividad de María.
De estas fuentes apócrifas, sabemos que el padre de María era Joaquín, un hombre justo, pastor de ovejas, de la tribu de Judá, y que vivía en Nazaret. Era muy generoso, y tenía como costumbre dar un tercio de sus bienes a los pobres, a las viudas y a los huérfanos, otro tercio al templo y a las personas que servían en él, y el último tercio lo guardaba para sus necesidades y las de su familia. La madre de María se llamaba Ana, hija de un sacerdote del templo judío, que había nacido en Belén. Joaquín y Ana habían estado casados por muchos años, pero no tenían hijos. Esto, en la cultura de su tiempo, se consideraba como una maldición de Dios, una humillación delante de todos. Rogaban incesantemente a Dios que les diera hijos, prometiéndole que le dedicarían la vida de su hijo o hija. Un día, un ángel del Señor visitó a Joaquín mientras pastoreaba, y le anunció que Ana daría a luz a una niña. Luego el mismo ángel también apareció a Ana, dándole la misma noticia. Se alegraron mucho y agradecieron a Dios Su Gran Misericordia. La Iglesia Ortodoxa celebra la fiesta de la concepción de María por sus padres, el día 9 de diciembre. Celebramos su nacimiento el 8 de septiembre. Cumpliendo con su promesa a Dios, Joaquín y Ana llevaron después a la pequeña María al templo para dedicar su vida a Dios. Esta fiesta, la Presentación de María en el Templo, la celebramos el 21 de noviembre.
María en la Biblia
En el Nuevo Testamento, encontramos referencias a María en los Evangelios y en el Libro de los Hechos de los Apóstoles.
Del Evangelio según San Lucas, sabemos que un ángel del Señor fue enviado a María, cuando era una joven virgen comprometida con José, para anunciarle que nacería de ella el Niño Dios, por obra del Espíritu Santo. (Lucas 1, 27 al 38) "El ángel…le dijo, 'El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por lo cual también el santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios.' " María, ante esta asombrosa nueva, aceptó gozosa. "He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra." (Lucas 1, 38) El Evangelio de Mateo también afirma que María concibió a Jesús por medio del Espíritu Santo. "El nacimiento de Jesucristo fue así: Su madre María estaba desposada con José; y antes de que se unieran, se halló que ella había concebido del Espíritu Santo." (Mateo 1,18) Luego la Iglesia expresó esto mismo en el Credo Niceo-Constantinoplano, escrito en los primeros dos Concilios Ecuménicos en los años 325 y 381. "Y en un solo Señor Jesucristo… quien por nosotros los hombres y para nuestra salvación, descendió del cielo, se encarnó del Espíritu Santo y María Virgen y se hizo hombre."
De igual forma sabemos, del Evangelio según San Lucas, que María era prima de Isabel (Elizabeth), la madre de San Juan Bautista, y que ella fue a visitarla antes de que naciera su hijo. "Aconteció que, cuando Isabel oyó la salutación de María, la criatura saltó en su vientre. E Isabel fue llena del Espíritu Santo." (Lucas 1,41)
El Evangelista San Juan relata que María estuvo presente cuando Jesús hizo su primer milagro en Caná de Galilea, cuando convirtió el agua en vino, en la celebración de unas bodas. (Juan 2,1-11)
En el libro de los Hechos de los Apóstoles, se relata que María permaneció junto a los discípulos después de la muerte y resurrección de Jesús : "Todos éstos perseveraban unánimes en oración junto con las mujeres y con María la madre de Jesús y con los hermanos de Él," (Hechos 1,14) y que estaba con ellos también en la Fiesta de Pentecostés, cuando recibieron el Espíritu Santo (Hechos 2,1). Ella, que había cobijado a la divina Persona del Hijo de Dios en su vientre por poder del Espíritu Santo, ahora recibe el Espíritu Santo en su divino descendimiento.
María en la Iglesia
En la Iglesia Ortodoxa, todo cuanto creemos y afirmamos acerca de María, se relaciona directa y explícitamente con nuestra fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad Hecho Hombre. La "Mariología" está imprescindiblemente relacionada con la "Cristología," con nuestra fe en la Encarnación. Sostenemos dos dogmas acerca de María : primero, como ya hemos dicho, que ella concibió a su Hijo Jesucristo por obra del Espíritu Santo, como encontramos en el Credo Niceo-Constantinoplano. El segundo dogma acerca de María fue proclamado por el tercer Concilio Ecuménico, celebrado en Efeso en al año 431. Este dogma afirma que María es Theotokos, es decir, "La que Dio a Luz a Dios", Madre de Dios, y no solamente Cristotokos, o sea, únicamente Madre de Cristo.
Asimismo la Iglesia nos enseña acerca de María en su himnología. Numerosos himnos y oraciones son de alabanza o de súplica a la Santísima Virgen María. Al comienzo de cada Divina Liturgia, el primer himno (antífona) que se canta es a María : "Por las intercesiones de la Madre de Dios, Sálvanos oh Salvador." También, después de la consagración del pan y vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, se canta un himno de alabanza a la Virgen María. "Verdaderamente es digno bendecirte, oh Madre de Dios."
La iconografía también es fuente de enseñanza acerca de la Madre de Dios. Los íconos de ella siempre la demuestran con el Niño Jesús en sus brazos, tal como se ve en el ícono de ella que se encuentra en el iconostasio o en el ápside del altar. Esto manifiesta que la principal importancia de María es que haya dado a luz a Dios-Hijo. Un ícono de la Santísima Virgen María es siempre imagen de la Encarnación. Otros íconos demuestran distintas fiestas que celebramos de ella : su nacimiento, su presentación en el templo, y su dormición, entre otros.
María, la Madre de Dios, figura prominentemente en los escritos de los Santos Padres de la Iglesia. Encontramos referencias a ella en sus escritos tan temprano como el siglo II. San Ignacio de Antioquía, a quien la leyenda identifica con el niño que acogió Jesús en sus brazos cuando habló del reino, es considerado como el "primer escritor mariano". Este santo, que sufrió el martirio en los primeros años del siglo II, afirma que Nuestro Dios Jesucristo fue llevado por María en su seno, conforme a la disposición divina, y que María la Madre de Nuestro Señor era en verdad virgen. San Ambrosio, Obispo de Milán en el siglo IV, dijo : "La vida de María es una regla de vida para todos. " También en el siglo IV, San Cirilo de Jerusalén, quien fuera una importante figura en el Concilio de Efeso, en el sermón que se considera como el más célebre de la antigüedad sobre María, dice así : "Regocíjate, María Madre de Dios, venerable tesoro del mundo entero, luz inextinguible, corona de virginidad, báculo de la Ortodoxia, templo indestructible que contiene lo incontenible… es a través de ti que se glorifica y se adora a la Santísima Trinidad; mediante tuyo, se venera a la preciosa Cruz en el mundo entero; por ti los cielos se alegran, los ángeles y los arcángeles se regocijan, y los demonios huyen;… por ti toda la creación ha alcanzado el conocimiento de la verdad. "San Juan de Damasco, en el siglo VII-VIII, afirma que ella es virgen "en mente, en alma y en cuerpo," y nos asegura que "en ella se personifica todo el misterio del plan divino de la salvación." San Andrés de Creta lo expresa de la siguiente manera : María es "la ciudad viva del Rey y Dios, en que Cristo habitó y obró nuestra salvación."
María en las Fiestas de la Iglesia
En el Año Litúrgico Ortodoxo, las fiestas dedicadas a la Santísima Virgen María son : la Natividad de María (8 de Septiembre), en que celebramos su nacimiento; la Presentación de María en el Templo (21 de Noviembre), en que María es presentada en el templo por sus padres San Joaquín y Santa Ana para dedicar su vida a Dios; la Anunciación (25 de Marzo), en que celebramos el anuncio del Arcángel Gabriel a ella y su libre aceptación de ser la Madre de Dios; y la Dormición de María (15 de Agosto). Ya que nuestro año litúrgico se inicia el 1 de Septiembre, podemos ver que una fiesta principal de María (su nacimiento) lo inaugura, y otra (su Dormición) lo cierra. La Anunciación se basa en el texto del Evangelio según San Lucas (capítulo 1). Conocemos los acontecimientos que celebramos en las tres otras fiestas por los escritos del Evangelio Apócrifo de Santiago. Además de estas fiestas mayores, durante todo el año celebramos otras fiestas menores en que recordamos a María, la Santísima Virgen y Madre de Dios.
María en la Oración
En el tesoro de su himnología, la Iglesia Ortodoxa incluye dos oficios distintivos a la Virgen María : El Paráclisis y el Acathiston. El Paráclisis es un oficio de súplica a María, tradicionalmente celebrado a diario durante las 2 semanas de Cuaresma en preparación a la Fiesta de la Dormición (1 a 14 de agosto). El AKathiston es celebrado en nuestra iglesia los días viernes por la tarde durante la Gran Cuaresma, y el una oración de alabanza a la Virgen. Es atribuido a San Romanos el Melodista.
Además de estos singulares oficios, existen himnos a María denominados "Theotokion" (de la palabra griega Theotokos, o Madre de Dios), una para cada fiesta que la Iglesia celebra. Esta insistencia de la Iglesia en recordar a María en su vida litúrgica en forma constante, demuestra la gran importancia que tuvo la libre colaboración de María en el Plan Divino de la Salvación.
María en la Vida de los Cristianos Ortodoxos
La Santísima Virgen María no fue un simple instrumento pasivo en la obra de nuestra salvación. Ella podía aceptar la invitación de Su Creador, o bien rechazarla. Pero su respuesta a Dios fue un "si", libre y valiente. Ella personifica la libertad humana restaurada. En ella vemos la vocación de cada mujer y de cada hombre, de la humanidad entera. María es la simiente e imagen de la Iglesia. Ella siempre buscó realizar, en su propia conciencia, el significado de su maternidad divina.
Dios ofrece a cada ser humano el libre don de vida nueva en Su Reino Eterno. Depende de nosotros, de cada uno individualmente, de aceptar este don, o rechazarlo. María es el signo de la aceptación de este don divino.
María participó en la obra de nuestra salvación no sólo corporalmente, sino también mediante su fe personal y obediencia. Se abrió al Espíritu del Altísimo. En la conciencia de la Iglesia, la imagen de María no es una de feminidad frágil y pasiva. Ella es la Nueva Eva, arquetipo de la plena y verdadera humanidad, llena de la gracia vivificadora del Espíritu.
Glorificamos a María por la maternidad que ella recibió de Dios por el Espíritu Santo. Ella nos revela la vocación más alta de todo ser humano : Dar a luz a Dios en uno mismo, y para toda la creación, por el Espíritu Santo.
En Nazaret de Palestina hace 2000 años, un ángel visitó a una joven Virgen, y ella acogió con regocijo su saludo. Mediante ella, el mismo saludo se dirige a la humanidad entera.

El Santo Misterio del Matrimonio...

 


Se puede casar en el registro civil. De hecho, eso es el único requisito del estado político en nuestro país para formar una sociedad conyugal. ¿Por qué, entonces, casarse en la Iglesia? Y más aún, ¿por qué considera la Iglesia Ortodoxa al matrimonio como uno de sus sacramentos, uno de los siete ritos comúnmente designados como Sacramentos o Misterios? San Juan Crisóstomo, uno de los Doctores Ecuménicos de la Iglesia, ha dado el nombre "Sacramento del Amor", a este Misterio del Matrimonio.
FUNDAMENTO BÍBLICO
Nuestra Iglesia sostiene que el Sacramento del Matrimonio, el Misterio del Amor, está en directa relación con la experiencia del cristiano como miembro vivo del Pueblo de Dios y de su vivencia mística de formar parte integral del Cuerpo de Cristo. Considerar al matrimonio como Sacramento, presupone que el ser humano no sólo posee funciones fisiológicas, psicológicas y sociales, sino que además es ciudadano del Reino de Dios y, como tal, todos los aspectos de su vida involucran valores eternos y a Dios mismo.
EL MATRIMONIO EN LA IGLESIA
Nuestra participación como ciudadano del Reino de Dios se realiza en forma máxima dentro de la Eucaristía, es decir, la Divina Liturgia. En ella, Cristo mismo conduce a la asamblea, y la asamblea se transforma en Su Cuerpo. Todas las divisiones entre sucesos históricos y la eternidad son rotas. Es desde esta perspectiva que el verdadero significado del Matrimonio como Sacramento se comprende.

Para entender las ideas y prácticas cristianas ortodoxas acerca del matrimonio, es fundamental partir de la base de que se supone que las dos personas que se comprometen en la santa unión matrimonial son miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, y que comparten plenamente su vida litúrgica.

En la actualidad, este Sacramento generalmente se celebra en un oficio bellísimo, pero no junto a la Divina Liturgia. Sin embargo, es significativo tomar en cuenta que originalmente los Cristianos Ortodoxos iniciaban su vida matrimonial asistiendo juntos a la Divina Liturgia y recibiendo la bendición del Obispo con una simple oración en que se pedía a Dios que uniera a la pareja. Desde esta perspectiva, se comprende el concepto del matrimonio afirmado por nuestra Iglesia: se enfatiza y se vivencia la identidad de los novios en la Divina Liturgia. El más importante hecho que señala a la persona como miembro de la Iglesia Católica apostólica Ortodoxa es su participación en la Divina Liturgia, recibiendo la Santa Comunión. Esta relación del Sacramento del Matrimonio con la Santa Eucaristía que proviene de la iglesia primitiva aun se mantiene mediante la práctica actual en que los novios asisten a la Divina Liturgia y comulgan juntos en el domingo o la festividad anterior a la celebración de su boda.

Se entiende, naturalmente, que la pareja ha dado su libre consentimiento para unir sus vidas como marido y mujer en amor, compromiso y fidelidad. Sin embargo, no es este consentimiento por si solo que hace que el Matrimonio sea un Sacramento. (De hecho, el matrimonio civil también requiere el libre consentimiento de la pareja.) Lo que hace que el matrimonio sea un sacramento es que los novios se presentan como pareja en la presencia de la comunidad reunida de la Iglesia, participen como pareja en la Santa Eucaristía y de la experiencia total de la Divina Liturgia, y reciben la bendición del Obispo o del Sacerdote en la presencia de la Iglesia. A diferencia de los matrimonios civiles, el matrimonio en la Iglesia tiene un significado especial : es incorporado a la vida misma de la Iglesia, y santificado y bendecido por la gracia de Dios. Esta gracia es derramada sobre la pareja, que desde ese momento se esforzará, mútuamente, por su santificación. Marido y mujer se comprometen a vivir en unión y amor, caminado juntos en el camino de la santificación, apoyándose mutuamente en esta vocación.

Las palabras claves en el oficio del Matrimonio en la Iglesia Ortodoxa son las que pronuncia el sacerdote en el momento en que une las manos de los novios delante el altar. Invoca a Dios diciendo, "…extiende ahora Tu mano desde lo alto de Tu Santa Morada y une a este tu siervo N. (nombre del novio) con esta Tu sierva N. (nombre de la novia), ya que por Ti la mujer se une con el hombre…" Durante esta oración, las manos de la novia, las del novio y las del sacerdote son unidas, mostrando el hecho de que la pareja se vuelve una en la presencia de la Iglesia, mediante la acción de Dios y su gracia santificante.
De acuerdo a la fe Ortodoxa, entonces, el matrimonio no es simplemente el acuerdo entre un hombre y una mujer para compartir sus vidas, ni tampoco es una sanción legal. El matrimonio no se realiza por la pareja misma, con el clérigo y la congregación como testigos de su decisión. Su unión, basada en su libre voluntad de unirse en amor como marido y mujer, se vuelve Sacramento, Misterio de la Iglesia, precisamente porque son unidos como Cristianos Ortodoxos, miembros plenos de la comunidad eucarística, que juntos comparten el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, y que reciben la gracia de Dios para su unión mediante el ministerio de la Iglesia entera en la persona del Obispo o del Sacerdote, y en presencia del Pueblo de Dios congregado.

Este concepto explica por qué la Iglesia Ortodoxa no aconseja le matrimonio entre un cristiano ortodoxo y un cristiano de otra confesión. Al mismo tiempo, se entiende que es imposible para la Iglesia unir "en Cristo" a un cristiano ortodoxo con alguien que no sea cristiano. El Sacramento del Matrimonio conserva su significado pleno cuando ambos, tanto el novio como la novia, son partícipes de la Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa.

La Iglesia Ortodoxa bendice y santifica el misterio nupcial de por vida, ya que el compromiso de parte de los novios ha de ser total y pleno, para que su unión sea completa. Tal como su lealtad a Dios ha de ser permanente, total e incondicional, así también su unidad mutua, santificada e incorporada en la relación divina por medio del Sacramento, debe ser permanente, total e incondicional.
Los propósitos del matrimonio
En la Iglesia Ortodoxa, los propósitos del matrimonio son varios. Un propósito importante del matrimonio es el de ser colaboradores de Dios : en la perpetuación de la vida humana a través de la concepción de hijos y de su nacimiento y cuidado físico, y además en el sentido más amplio, mediante la alimentación espiritual de nuevos miembros del Reino de Dios.

El mayor propósito del matrimonio, sin embargo, es la santificación mutua de la pareja. Ambos se comprometen a ayudarse mutuamente, en el camino de la salvación, para la santificación de ambos. Los novios se comprometen a apoyarse en la fundamental tarea del cristiano, de acercarse más y más a Dios, y de asemejarse cada día más a El en su camino de la deificación. El matrimonio cristiano es una forma de vida, una vocación especial de vivir la vida que Dios nos ha dado.

En el matrimonio, el apoyo, la ayuda y la realización mutuas son de primordial importancia. El oficio mismo del matrimonio en la Iglesia señala esta mutualidad. Durante la ceremonia, se intercambian las coronas matrimoniales tres veces, y así también las argollas. Este intercambio de las coronas y de las argollas enfatiza la compartida mutualidad e igualdad de la pareja, a la presencia de Dios, en medio de Su Pueblo, la Iglesia. El cuidado, preocupación, ayuda y apoyo mutuos están enraizados en el amor entre el marido y la mujer. Este amor requiere de tiempo, esfuerzo y paciencia para desarrollarse, y se expresa en muchas diferentes maneras. Las relaciones sexuales dentro del matrimonio no son únicamente un medio para la procreación de hijos, sino también expresan la unión total y completa de la pareja en todos los aspectos de sus vidas. Por esto, muchos teólogos ortodoxos opinan que se debe permitir el uso de ciertos métodos de control de la natalidad, siempre cuando se respetan también los otros propósitos del matrimonio. Todo lo que hacen los cónyuges cristianos ortodoxos dentro del misterio nupcial mantiene su carácter sacramental cuando se haga en unidad con Cristo y Su Iglesia.
EL COMPROMISO DE LA PAREJA CON CRISTO Y SU IGLESIA

¿Dónde está la Iglesia de Cristo?

¿Dónde participa el cristiano ortodoxo en la vida litúrgica y comunitaria de la Iglesia?

La Iglesia está presente plenamente en la parroquia. Es decir, la parroquia es la representación y presencia concreta del Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, cada persona que se considera miembro de la Iglesia, debe necesariamente concretizar ese hecho siendo miembro activo de una parroquia. Sólo los miembros del Cuerpo Místico de Cristo participan de su vida litúrgica y sacramental. Por lo tanto, únicamente los miembros activos de una parroquia participan de la vida litúrgica y sacramental en ella.

En el Sacramento del Amor, dos personas se unen incondicionalmente en la vida nupcial, forman una nueva familia, y se alimentan el uno al otro. Asumen responsabilidades uno por el otro; se preocupan mutuamente al incorporarse sacramentalmente a la vida matrimonial. De la misma manera, los miembros de la familia parroquial, miembros del Cuerpo de Cristo, se preocupan uno por el otro; asumen responsabilidades por la comunidad entera. Ser miembro de una parroquia ortodoxa significa participar en los Sacramentos en ella; además, significa preocuparse activamente por ella : trabajar en ella, dando de su tiempo y talentos; preocuparse por sus necesidades, contribuyendo económicamente a su mantención y desarrollo. Tal como ser miembro de una familia tiene bendiciones y frutos, y conlleva serias responsabilidades, así también ser miembro de una familia parroquial tiene bendiciones y frutos, y conlleva consigo serias responsabilidades.

Entonces, para casarse en una parroquia de la Iglesia Ortodoxa, ¿qué se necesita? En primer lugar, los novios deben comulgar de la Santa Fe Ortodoxa, tesoro milenario de nuestra iglesia, y ser miembros de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. Deben ser miembros plenos de la parroquia, lo que significa haber asumido todas las responsabilidades espirituales, sociales y económicas de un partícipe de la parroquia. Y, por su puesto, los novios deben tener la voluntad y el consentimiento libre de unirse en amor mutuo y compromiso incondicional, en la vida nupcial en Cristo.

El Misterio de la Crismación en la Iglesia Ortodoxa...

 

La sencillez de la Iglesia Primitiva y el esplendor de su santidad hicieron de la práctica litúrgica una expresión viva de la fe de la Iglesia, pero también su cofre seguro, ya que la celebración de los Sacramentos no es resultado de una refutación teológica sino que es lo entregado de nuestro Señor Jesucristo por el Espíritu Santo, Quien «se los enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho.» (Jn 14:26).
Crisma es una palabra de origen griego que significa «la unción»; indica el aceite aromático que se usa en el sacramento. El aceite, en general, ocupó un lugar significativo en la antigüedad: los romanos se ungieron con él, en preparación para sus fiestas, siendo un símbolo de la alegría. Con los hebreos, también tuvo su función importante por su propiedad penetrante en el cuerpo, se usaba en las fiestas (Am 6:6), y se derramaba a los visitantes en gesto de generosidad y de respeto (Sal 23:5), hay también que exaltar su importancia en la unción de reyes y sacerdotes, pues como el aceite penetra en el cuerpo y se adentra en los miembros, así el Espíritu de Dios penetra en las almas de los escogidos «El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Noticia» (Isa 61:1).
La mezcla del Crisma contiene aceite de olivo, vino puro de uvas y treinta y cinco esencias y perfumes naturales, entre ellas bálsamo y almizcle. «Tal como Cristo asumió un cuerpo terrenal y es el Sacerdote para siempre ante el Padre, también nosotros recibimos nuestra función sacerdotal de la esencia de las perfumes de la tierra; a fin de que, habiendo recibido esta unción real, seamos dignos de participar con el Señor en su obra redentora de la creación entera», dice san Atanasio.
San Juan Crisóstomo comenta sobre la Revelación divina en el Bautismo del Señor y dice que el Espíritu Santo vino sobre el Señor «no nada más para indicar a Juan y a los presentes al Hijo de Dios, sino para que aprendas que, a ti también viene el Espíritu Santo cuando te bautizas.» La venida del Espíritu Santo, que san Juan Crisóstomo menciona no se refiere sino a la Santa Crismación cuya institución se adjunta a la del Bautismo sin ser los dos envueltos en un solo Sacramento como lo vamos a ver. Y si la ausencia de una mención clara de la Santa Crismación en las palabras del Crisóstomo se convierte en un obstáculo para entender su intención, san Cirilo, obispo de Jerusalén, aclara cualquier confusión al decir: «Él (Jesús) una vez bautizado en el Jordán […] salió de estas y el Espíritu Santo descendió a Él en forma de visible posándose sobre Él como alguien que le era semejante. De modo también semejante, después de que subisteis de las sagradas aguas de la piscina, se os ha dado el Crisma, imagen realizada de aquel con el que fue ungido Cristo: en realidad es el Espíritu Santo» (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis).
En tiempos de los Santos Apóstoles, la aplicación del Sacramento de la Crismación era confiada, exclusivamente, a los mismos apóstoles por la imposición de las manos sobre los bautizados. Eso lo vemos en (Hch 8:9-17): el Diácono Felipe bautizó a los samaritanos, pero dado que no tenía la autoridad de la imposición de manos (Crismación), uno de los apóstoles tuvo que venir para aplicar el Sacramento: «entonces les ponían (Pedro y Juan) las manos y recibían el Espíritu Santo.» (Hch 8:17). San Pablo también, después de bautizar a unos discípulos del Bautista en el nombre del Señor Jesús, les puso las manos «y habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo» (Hch 19:1-6).
No mucho después, se percibe una ausencia de dicha aplicación por imposición de los manos. Pues el Sacramento ya se aplicaba por la unción con el Crisma consagrado exclusivamente por los Apóstoles y, posteriormente, por sus sucesores, los obispos. A partir del Siglo II, muchos testimonios dan testimonio ya del uso del Santo Crisma. El más antiguo se atribuye a San Teófilo de Antioquía (180 d.C.): «Nos llamamos Cristianos, porque fuimos crismados (ungidos) con el óleo de Dios.» Tertuliano dice: «Al salir de la pila bautismal, fuimos ungidos con el Santo Óleo»; también la Tradición apostólica de Hipólito, obispo de Roma (215), incluye una clara referencia sobre la Crismación.
Aunque no sabemos el lapso exacto en el que se empezó a usar el óleo definitivamente en el Sacramento, no obstante, la extensa difusión de dicha aplicación, en Oriente y Occidente según los testimonios arriba mencionados, nos convence de que el origen de su uso se remota al Siglo I y, lo más probable, a la época de los apóstoles, ya que en ningún testimonio histórico se ha mencionado alguna pelea o discusión sobre la utilización del Santo Crisma, lo que confirma su autenticidad apostólica.
Sostiene esta teoría el hecho de que los mismos Apóstoles, aún realizando el Sacramento por imposición de manos, tenían completamente axiomática la relación entre el descenso del Espíritu Santo y el verbo «ungir» (χρίζω); por ejemplo, Juan el Evangelista dice: «En cuanto a ustedes, estén ungidos por el Santo (Espíritu) y sepan todas las cosas.» (1Jn 2:20). Εl Apóstol San Pablo escribe a los tesalonicenses: «Es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones.» (2Cor 1:21-22).
San Nicolás Cabasilás, teólogo del siglo XIII, observa que la Iglesia trata ambos gestos litúrgicos, unción e imposición de manos, en concomitancia: «Los reyes y los sacerdotes, bajo las antiguas leyes, se ungían. La Iglesia, pues, usa la unción para entronizar a los reyes, mientras impone las manos en la ordenación de los sacerdotes, eso significa que mira hacia la imposición de manos y la unción con el mismo ojo [...] En realidad los Padres de la Iglesia llaman a la ordenación una unción sacerdotal.» Son como las dos caras de una sola moneda.
En el rito ortodoxo, la Crismación acompaña al Bautizo, pues no separa la unción de la inmersión más que el vestirse en blanco. Esa adhesión es una herencia eclesiástica, más aún, evangélica: «porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un solo cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.» (1Cor 12:13). San Juan Crisóstomo, comentando este versículo, dice: «En el descenso del Espíritu Santo, que aceptamos durante el bautizo antes de participar en la Divina Eucaristía [...], todos hemos recibido el mismo Espíritu»; tan obvia es la adhesión entre Bautismo y Crismación, que el segundo parece disolverse en el primero. En realidad, al decir «antes de participar en la Divina Eucaristía», el Santo obispo se refiere a la Crismación, pues esta relación legítima entre los dos sacramentos no contradice a que sean dos, ya que el recién bautizado se reviste con la túnica blanca por haber sido bautizado y también para ser ungido.
Por el bautismo «se le devuelve al hombre su verdadera naturaleza en Cristo, pues se libera del aguijón del pecado y se reconcilia con Dios y con la creación» (Alexander Schmemann). Es la incorporación del bautizado en el cuerpo de Cristo por la participación en su Muerte y su Resurrección (la triple inmersión) es lo que expresa el canto con el cual los fieles reciben a los bautizados: «Ustedes que fueron bautizados en Cristo, de Cristo se han revestido.»
El Espíritu Santo otorga a cada persona re-creada según la imagen de Dios la posibilidad de realizar la semejanza; la realización de la semejanza era la vocación que el primer Adán perdió por su caída ya que la imagen divina se deformó en él; el Segundo Adán recuperó esta imagen con su Muerte y Resurrección. Nuestro Bautismo, como participación en la Muerte y Resurrección de Cristo, es participación en la imagen recuperada, es decir en el Cuerpo resucitado de Cristo, la Iglesia; y en ella, empieza la marcha hacia la santidad, meta que el Espíritu Santo con su descenso personal (Crismación) hace factible.
Cabasilás aclara esta compresión cuando interpreta lo dicho por san Pablo: «Pues en Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17:28) y afirma que el versículo mencionado indica los efectos de los tres sacramentos consagrantes en la vida cristiana: «Por la Eucaristía vivimos, por la Crismación nos movimos y actuamos, mientras nuestra existencia espiritual la tomamos en el Bautismo.»
Crismación: el Pentecostés personal.
«Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos unidos (la Iglesia) [...] quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse» (Hch 2:1-4). Pues el mismo Espíritu Santo era otorgado a los apóstoles como don, mientras los carismas —es decir, las fuerzas y capacidades que los apóstoles tuvieron enseguida— son consecuencias del misterio realizado; pues, mientras los apóstoles recibieron al Espíritu Santo, Él les concedió hablar en otras lenguas.
En los Maitines de la Fiesta de Pentecostés cantamos: «Oh Santísimo Espíritu, que procede del Padre, y viene, por el Hijo, sobre los Discípulos [...]» (Exapostelario de Pentecostés). El icono de Pentecostés revela la reunión de la Iglesia, el Cuerpo del Señor, en la que el Espíritu Santo descendió a cada uno de los miembros: «Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos» (Hch 2:3).
«El sello del don del Espíritu Santo»
La unicidad de este sacramento y su importancia se manifiestan en la frase recitada al ungir los miembros del bautizado: «el sello del don del Espíritu santo», lo que revela la Crismación como Pentecostés. Sería equivocación mezclar el uso de la palabra «don» en singular (κάρισμα) con el plural «dones» (καρίσματα), cuando se dice que la frase mencionada —como explican algunos teólogos de Oriente influenciados por una teología escolástica occidental— se refiere a la adquisición unos dones del Espíritu Santo.
Es obvio que la práctica litúrgica ha insistido siempre en el uso singular de la palabra «don», a pesar de que el vocabulario eclesiástico la dispone también en plural; p.e. San Pablo dice: «Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo» (1Cor 12:4). Si la meta del Sacramento de la Crismación fuese conceder «dones» especiales u otorgar una «Gracia» necesaria para que el hombre conserve su vida cristiana, la palabra hubiera aparecido en plural. Si no aparece en plural, es debido a que la novedad de este Sacramento y su completa unicidad surgen de que otorga al hombre, no un don especial o dones del Espíritu Santo, sino que le otorga al mismo Espíritu Santo como don. (Alexander Schmemann).
Pentecostés de los Apóstoles: primera práctica de la Crismación
El Espíritu Santo que descendió sobre los Apóstoles en forma de «lenguas como de fuego», desciende sobre los bautizados invisiblemente por el sacramento de la Crismación: «Somos ungidos con el Crisma que es el símbolo del descenso del Espíritu Santo», dice San Cirilo de Alejandría.
En la oración que inicia cada servicio, rogamos al Espíritu Santo: «ven a habitar en nosotros», ya que la adquisición del Espíritu Santo es «el objetivo de toda vida cristiana» como dice san Serafín de Sarov. En otras palabras, según Vladimir Losky, un teólogo ortodoxo contemporáneo: «Pentecostés es el objeto y la meta de la Divina Providencia en la tierra», ya que el Reino del cielo, como lo define San Pablo, es «justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rom 14:17). Dado que el Espíritu Santo no se encarnó sino el Hijo, su presencia personal no tiene imagen sino que revela todo lo que pertenece a Cristo, pero «todo se vuelve icono o imagen suyo (del Espíritu Santo) cuando viene y hace su morada en nosotros» (Alexander Schmemann); Cristo mismo en su diálogo con Nicodemo habla de esta presencia dinámica del Espíritu Santo: «el viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a donde va. Así es todo el que nace del Espíritu» (Jn 3:8). Se trata, entonces, de una experiencia personal inexpresable por el vocabulario humano.
Obteniendo al Espíritu Santo por la Santa Crismación, la santidad es el nuevo contenido y objeto de nuestra vida: «Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu» (Gal 5:25).
En este Sacramento se anuncia la consagración entera del bautizado a Dios. Por eso, el sacerdote unge con la señal de la cruz todos los miembros del cuerpo, pues esta consagración es un obsequio de Dios, que el hombre es incapaz de obtener salvo por la asistencia de Espíritu de Dios. San Cirilo de Jerusalén explica a los recién iluminados la importancia de la unción de las diferentes partes del cuerpo: « Fuisteis ungidos en primer lugar en la frente, para ser liberados de la vergüenza que el primer hombre que pecó exhibía por todas partes y para que, a cara descubierta contempléis la gloria del Señor como en un espejo. Después en los oídos, para que pudieseis oír los divinos misterios, de los que Isaías decía: “Mañana tras mañana despierta mi oído, para escuchar como los discípulos” (Is 50: 4); […] Luego fuisteis ungidos en la nariz, para que, al recibir el divino ungüento, dijeseis: “Somos para Dios el buen olor de Cristo entre los que se salven” (2Cor 2: 15). También fuisteis ungidos en el pecho, para que “revestidos de la justicia como coraza” pudieseis resistir a las asechanzas de Diablo” (Ef 6: 14, 11)» (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis).