NATIVIDAD DE LA VIRGEN
De la Tradición, la Resurrección
y la solidaridad humana
Lectura: Proto-Evangelio de Santiago
"En el día solemne del Señor, Ana, en el colmo de la aflicción, se
quitó sus vestiduras de duelo, se vistió con sus vestidos de boda y,
hacia la hora nona, descendió a pasearse por el jardín. Vio un laurel,
se sentó bajo sus ramas, y se puso a invocar al Todopoderoso: ‘Dios de
mis padres, bendíceme, escucha mi súplica, como Tú bendijiste a Sara en
sus entrañas y le diste a su hijo Isaac’. Y levantando los ojos al
cielo vio en el laurel un nido de pájaros, y se puso a gemir nuevamente,
diciéndose a sí misma: ‘¡Piedad de mí! ¿A qué me pareceré? Ni
siquiera a los pajaritos del cielo, porque los pájaros del cielo son
fecundos ante Tí, Señor. ¡Piedad de mí! ¿A qué me pareceré, pues? Ni
siquiera a esta tierra que aquí ves, porque esta tierra da fruto a
su tiempo, y Te bendice, Señor’".
Ahora bien, he aquí que un ángel del Señor se le apareció y le dijo:
"Ana, Ana, el Señor ha oído tu queja. Concebirás, engendrarás, y se
hablará de tu progenitura por toda la tierra". Ana respondió: "¡Tan
cierto como que vive el Señor mi Dios, si doy a luz a un hijo, o a una
hija, lo consagraré al Señor, Mi Dios, para que Le sirva todos los días
de su vida!".
Y he aquí que llegó Joaquín, su esposo, con sus rebaños. Ana, que se
encontraba parada en el umbral, corrió hacia él y le dijo: "Ahora sé que
el Señor me ha colmado de bendiciones, porque estaba como viuda, y no
lo estoy más; yo era estéril, y mis entrañas van a concebir". Y fue la
primera noche que Joaquín descansó en su casa.
Luego, cumplidos los nueve meses, Ana dio a luz y le preguntó a la
comadrona: "¿Qué es lo que he dado a luz?” Esta le respondió: "Una
hija". Ana prosiguió: “¡En este día mi alma fue glorificada!", y acostó
a la criatura. Después de cumplirse los días establecidos, “ella se
levantó, se lavó, le dio el pecho a su criatura, y la llamó María”.
La Iglesia llama "la primera fiesta del año" a la fiesta de la
Natividad de la Virgen, porque anteriormente el año comenzaba el primer
día de septiembre, y no el primero de enero. Esto me parece más lógico;
nosotros comenzamos nuestra actividad más bien en otoño que a mediados
del invierno. Esta fiesta de la Nueva Alianza está casi olvidada,
esfumada en el mundo occidental de nuestros días. La Inmaculada
Concepción, es decir la concepción inmaculada de la Virgen por Ana, su
madre, se amplificó considerablemente, mientras que el nacimiento de la
Virgen casi no se festeja más. Y sin embargo es ella quien abre el
ciclo de las grandes fiestas de la Encarnación del Cristo.
La infancia de María, así como sus últimos días en la tierra, no son
relatados por ninguno de los cuatro evangelios, ni por los Cánones de
las Santas Escrituras. ¿Cómo conocemos, entonces, los detalles de su
nacimiento, de su entrada en el templo, de las circunstancias de su vida
desde el comienzo hasta el día de la Anunciación? En primer lugar, por
esa palabra que los hombres exteriores no conocen, pero que los hijos
de la Iglesia oyen: la Tradición. De esta Tradición Nuestro Señor dice:
"Todos vosotros sabéis, amigos míos, y yo lo repito a menudo, que si
reuniéramos la totalidad de lo que la Iglesia ha anunciado y escrito, no
sería sino una gota de agua en el océano de su enseñanza tomada en su
plenitud”. Pero, además de esta tradición oral, no develada, poseemos
algunos
documentos, el más conocido de los cuales es el Proto-Evangelio de
Santiago. Era leído en Francia y en Bizancio hasta alrededor del siglo
VII en las fiestas de la Virgen. El texto que tenemos hoy, y que cuenta
la juventud de María, es del siglo IV; presumimos que es una
compilación de tres o cuatro manuscritos más antiguos. Aparte de este
Proto-Evangelio de Santiago, existen los que llamamos los Apócrifos, que
nos dan detalles sobre la natividad de la Madre de Dios. No voy a
repetir lo que habéis oído hoy en esta lectura de los pasajes del
Proto-Evangelio de Santiago sobre la venida al mundo de la Virgen.
¿Cuál es el sentido de este misterio? ¿Por qué festejamos esta
natividad? Ciertamente porque María se convirtió en la Madre de Nuestro
Dios. Pero esta fiesta tiene diversos aspectos, y yo querría insistir
en uno de ellos, el de la Resurreción.
En efecto, leemos en la Biblia estas cosas extrañas: que las grandes
mujeres, las madres de los grandes seres, a menudo fueron estériles
_Sara, Rebeca, Raquel, la madre de Sansón . . ._. Ana fue estéril
durante mucho tiempo, hasta su vejez, y es recién entonces, cuando ya
había perdido toda esperanza porque en cierta manera la naturaleza ya
estaba debilitada, como una tierra árida, en ese momento, la Bendición
divina produce algo análogo a la transfiguración del mundo y a la
Resurrección. Ana se volvió fecunda como los mortales se volverán
inmortales, como las cosas corruptibles se volverán incorruptibles. A
través de esta serie de hechos, desde Sara hasta la madre de María, Dios
prepara a la humanidad para el segundo milagro de Su economía, la
transfiguración y la resurrección de la
naturaleza. El proclama: Lo que parece imposible es posible; lo que
parece estéril puede volverse fértil; ¡lo que está muerto resucitará!
Ya lo veis, el nacimiento de la Virgen es el primer gesto de la
Resurrección del Cristo, y de la resurrección universal.
Pero esta natividad está precedida por una larga y dolorosa espera.
Joaquín y Ana no tenían hijos, y la esterilidad era un oprobio entre los
judíos. Para ese pueblo de Israel, siempre a la espera del Mesías, el
nacimiento de una criatura era una de las más hermosas bendiciones. Y
he aquí que los justos, los íntegros, los sabios, los iluminados,
Joaquín y Ana, alcanzaban la vejez sin descendientes. ¿Es que Dios
quería castigarlos? ¿Quería Dios abandonarlos? Ellos soportaban su
calvario antes de la resurrección. Pero María aparece, y la esterilidad
reverdece y se convierte en fuente de vida, al igual que la tumba del
Cristo.
Los grandes acontecimientos, las resurrecciones, las transformaciones
de las almas, de los pueblos y del mundo entero, se preparan a través de
una larga paciencia. En apariencia nada sucede, y todo se desarrolla
como si el incrédulo tuviera razón. Anunciamos la Segunda Venida del
Cristo, la resurrección, la transfiguración del universo, y los siglos
pasan. ¿Se necesitará un millón de años? Tal vez. ¿Dos días? No sé.
Tenemos la impresión de que la promesa divina se aleja, desaparece; y
esto hasta un punto tal que los racionalistas pensaban, al leer las
Santas Escrituras y el Evangelio, que Nuestro Señor y Sus apóstoles
estaban persuadidos de que todo se cumpliría antes de su muerte. Jamás
dijeron esto. Pero, aquél que cree y espera sabe que la
transfiguración y la resurrección pueden producirse mañana, en un
segundo, o en mil años . . .
¿Por qué quiere Dios esta espera? ¿Por qué Joaquín y Ana debían llegar
a una edad avanzada --setenta, u ochenta años-- como Sara? ¿Por qué
nosotros los cristianos somos el hazmerreir del mundo cuando hablamos de
resurrección universal o de transfiguración, y por qué aquéllos que
están afuera pueden clamar: "Anunciad, afirmad, repetid, ¿qué prueba
tenéis?". ¿Mañana? ¡Y los milenios se suceden! ¿Por qué esta prueba
terrible? ¿Por qué hay que golpear para que Dios abra; combatir,
buscarlo para encontrarlo? Pero, y sobre todo, ¿por qué un sufrimiento
tan pesado es impuesto más a los justos que a los pecadores? ¿No podrá
el Todopoderoso manifestarse rápidamente, y dejar un cierto consuelo?
La respuesta está en el dogma de la comunión de los santos. Joaquín y
Ana, Isaac y Rebeca, Abraham y Sara, todos los justos de la tierra, son
duramente probados por Dios, no sólo para dar un ejemplo de valor a los
demás, sino porque representan a la humanidad y la recapitulan. Al
aproximarnos a Dios, nos aproximamos a nuestros hermanos, y al
aproximarnos a ellos tomamos sobre nosotros su pesada carga. La
humanidad antigua suspiró tanto tiempo por el Cristo; Joaquín y Ana
esperaron tanto tiempo el nacimiento de María; desde hace tanto tiempo
esperamos la transfiguración de todas las cosas, porque aquéllos que
perseveran, llenos de esperanza, van hacia Dios, llevan sobre sus
espaldas a todos aquéllos que han perdido la fe. No son sólo Joaquín y
Ana los que engendraron a la Virgen,
sino nosotros por ellos, los difuntos y los vivos, los hombres alejados
y los que están cerca de Dios. En ellos la humanidad fue escuchada y
se le otorgó; golpeó, y el Señor abrió; pidió y recibió.
Si este domingo no hubiese sido la fiesta de la Natividad de la Virgen,
hubiéramos leído el Evangelio de los diez leprosos --que representan la
totalidad del mundo-- sanados por el Cristo. Nueve se fueron sin
agradecérselo, sólo el décimo volvió para darle gracias. Amigos míos,
seamos ese décimo leproso, y bendigamos a Dios porque hemos sido
escuchados y colmados. ¿Cuál es el don insigne y la sanación que nos
han sido dados? María. Ella es el producto y la flor del pasado, del
presente y del futuro. Ya no somos áridos, porque hemos puesto en el
mundo al Templo del Señor, la Reina de los cielos, la Perfección de la
criatura. Que nadie se atreva más a decir que es un inútil, o que ha
fracasado en la vida. El hombre puede colocarse ante la Faz de su
Maestro y
Señor, la Divina Trinidad, y decirle: "Dios mío, soy pecador, pero
gracias a nuestra esperanza, nuestra prueba, nuestra fe, podemos
ofrecerte la carne de nuestra carne, la sangre de nuestra sangre, el
espíritu de nuestro espíritu, el alma de nuestra alma: María la
Virgen. He aquí nuestra ofrenda incomparable". Y Dios, contemplando
esa obra de arte, puede respondernos: "Yo vengo hacia vosotros, Me
convierto en uno de vosotros".
A El alabanza y gloria. ¡Amén!
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