La claridad de
Dios vivifica y, por tanto, los que ven a Dios reciben la vida. Por
esto, aquel que supera nuestra capacidad, que es incomprensible,
invisible, se hace visible y comprensible para los hombres, se adapta a
su capacidad, para dar vida a los que lo perciben y lo ven. Vivir sin
vida es algo imposible, y la subsistencia de esta vida proviene de la
participación de Dios, que consiste en ver a Dios y gozar de su bondad.
Los hombres,
pues, verán a Dios y vivirán, ya que esta visión los hará inmortales, al
hacer que lleguen hasta la posesión de Dios. Esto, como dije antes, lo
anunciaban ya los profetas de un modo velado, a saber, que verán a Dios
los que son portadores de su Espíritu y esperan continuamente su venida.
Como dice Moisés en el Deuteronomio: Aquel día veremos que puede Dios hablar a un hombre y seguir éste con vida.
Aquel que obra
todo en todos es invisible e inefable en su ser y en su grandeza, con
respecto a todos los seres creados por él, mas no por esto deja de ser
conocido, porque todos sabemos, por medio de su Verbo, que es un solo
Dios Padre, que lo abarca todo y que da el ser a todo; este conocimiento
viene atestiguado por el evangelio, cuando dice: A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Así, pues, el
Hijo nos ha dado a conocer al Padre desde el principio, ya que desde el
principio está con el Padre; él, en efecto, ha manifestado al género
humano el sentido de las visiones proféticas, de la distribución de los
diversos carismas, con sus ministerios, y en qué consiste la
glorificación del Padre, y lo ha hecho de un modo consecuente y
ordenado, a su debido tiempo y con provecho; porque donde hay orden allí
hay armonía, y donde hay armonía allí todo sucede a su debido tiempo, y
donde todo sucede a su debido tiempo allí hay provecho.
Por esto, el
Verbo se ha constituido en distribuidor de la gracia del Padre en
provecho de los hombres, en cuyo favor ha puesto por obra los
inescrutables designios de Dios, mostrando a Dios a los hombres,
presentando al hombre a Dios; salvaguardando la invisibilidad del Padre,
para que el hombre tuviera siempre un concepto muy elevado de Dios y un
objetivo hacia el cual tender, pero haciendo también visible a Dios
para los hombres, realizando así los designios eternos del Padre, no
fuera que el hombre, privado totalmente de Dios, dejara de existir
porque la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del
hombre consiste en la visión de Dios. En efecto, si la revelación de
Dios a través de la creación es causa de vida para todos los seres que
viven en la tierra, mucho más lo será la manifestación del Padre por
medio del Verbo para los que ven a Dios.
Oración
Señor, Dios
nuestro, que otorgaste a tu obispo san Ireneo la gracia de mantener
incólume la doctrina y la paz de la Iglesia, concédenos, por su
intercesión, renovarnos en fe y en caridad y trabajar sin descanso por
la concordia y la unidad entre los hombres. Por Nuestro Señor
Jesucristo. Amén.
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