viernes, 29 de noviembre de 2013

Espíritus Malignos..‏



Además de los poderes espirituales creados que llevan a cabo la voluntad de Dios, existen, según nuestra Fe Ortodoxa, los que se rebelan contra Él y obran el mal. Estos son los demonios o diablos (que literalmente significa "aquellos que destruyen"). Se los ve obrar en el Antiguo Testamento y en el Nuevo, así como en las vidas de los Santos de la Iglesia.

Satanás (cuyo nombre quiere decir enemigo o el adversario) es un nombre para el diablo, el líder de los espíritus malignos. Es identificado en el símbolo de la Serpiente de Génesis 3 y como el tentador de Job y de Jesús (Job 1, 6; Marcos 1, 33). Es nombrado por Cristo como un engañador y mentiroso, el "padre de las mentiras" (Juan 8, 44) y el "príncipe de este mundo" (Juan 12, 31;14, 30; 16, 11). Él ha caído del cielo al igual que sus ángeles malos que se erigieron contra Dios y Sus servidores(Lucas 10, 18; Isaías 14, 12). Es este mismo Satanás que entró en Judas para efectuar la traición y la muerte de Cristo (Lucas 22,3).

Los Apóstoles de Cristo y los Santos de la Iglesia conocían por experiencia propia a los poderes de Satanás contra el ser humano para su destrucción. Del mismo modo, conocían bien la falta de poder de Satanás y su propia destrucción final, cuando el ser humano está con Dios, lleno del Espíritu Santo de Cristo. Según la Doctrina Ortodoxa, no existe ningún término medio entre Dios y Satanás. Al fin de cuentas, y en cualquier momento, el ser humano o está con Dios o está con el diablo, sirviendo o a uno o al otro.

La victoria final pertenece a Dios y a los que están con Él. Satanás y sus ejércitos son finalmente aniquilados. Si no reconocemos esto -y más aun- sin la experiencia de esta realidad de la lucha espiritual cósmica (Dios y Satanás, los ángeles buenos y los espíritus malignos), uno no puede llamarse Cristiano Ortodoxo, en el verdadero sentido, que es consciente de las más profundas realidades de la existencia y organizando su vida en consecuencia. Una vez más, sin embargo, se debe afirmar claramente que el diablo no es ningún "caballero vestido de traje rojo" ni tampoco ningún otro tipo de engañador físicamente grotesco. Él es un espíritu sutil, inteligente, que actúa principalmente por el engaño y la disimulación, ganando su victoria más grande cuando el ser humano deja de creer en su existencia y poder. Es así que el diablo ataca "de frente" solamente a los que no puede engañar de otra forma: a Jesús y a los más grandes entre los santos. En la mayor parte de su combate, él se conforma con permanecer oculto y a actuar por caminos y métodos desviados.

"Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar"(1 Pedro 5, 8).
"Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las acechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne sino contra los principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes". (Efesios 6, 11 al 12).

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