"No
busques pretextos para excusarte, porque estás hablando con Dios, que
lo sabe todo. ¿Que no puedes ayunar y, en cambio, te regalas con grandes
comilonas? Más perjudican éstas a la salud que el ayuno. El cuerpo que
se embota a diario con demasiada comida, es como un buque cargado en
exceso, y en peligro de hundirse al menor soplo de las olas. A juzgar
por la vida de muchos, no parece sino que es más cómodo correr que
descansar, luchar que vivir tranquilo, pues prefieren las enfermedades a
una parquedad saludable Y si venimos al orden espiritual, "el ayuno es
quien da alas a la oración para que pueda subir al cielo; es la firmeza
de la familia, la salud de la madre y el maestro de los hijos". Después
de ponderar la sana alegría de una comida decerosa, tras la
práctica del ayuno, porque el sol brilla más claro al cesar la
tormenta, y las continuas delicias vuelven insípido al mismo placer,
continua San Basilio: "Añade a todo esto que el ayuno no sólo te libra
de la condenación futura; sino que te preserva de muchos males y sujeta
tu carne, de otro modo indómita... Ten cuidado, no sea que, por
despreciar ahora el agua, tengas después que mendigar una gota desde el
infierno". Vivís en la crápula y os olvidáis de alimentar el alma con
los dogmas y la doctrina, "como si no supierais que vivimos en batalla
perpetua y que quien abastece a una de las partes influye en la derrota
de su contraria, y, por lo tanto, el que sirve a la carne aniquila al
espíritu, mientras que quien le ayuda reduce a servidumbre al cuerpo...
Si quieres robustecer al alma, habrás de domar la carne con el ayuno,
conforme a la sentencia del Apóstol, el cual nos enseñaba que cuanto más
se corrompe el hombre exterior, más se
renueva el interior... (Ef 4,22-24). ¿Quién es el que ha conseguido
participar de la mesa eterna, repleta de dones espirituales, viviendo
aquí en espléndida abundancia? Moisés para recibir la ley necesitó del
ayuno, y ni no hubieran recurrido a él los ninivitas (Jn. 3,10), habrían
perecido,. ¿Quiénes dejaron sus huesos en el desierto, sino los que
recordaban ansiosos las carnes de Egipto?" El ayuno es el pan de los
ángeles y nuestra armadura contra los espíritus inmundos, que no son
arrojados sino por él (Mt. 17,20) y por la oración (Hom. 1). ¿Cuándo
habéis visto que el ayuno engendre la lujuria? ¿No veis cómo en nuestra
ciudad cesan las canciones meretricias y los bailes impúdicos en cuanto
nos dedicamos a ayunar?. El ayuno nos asemeja a los ángeles (Hom. 2).
Pero tened cuidado de no mezclar otros vicios con vuestra abstinencia.
Extiéndese aquí largamente San Basilio sobre los que ayunan, pero beben
inmoderadamente, y añade:
Perdonad al prójimo y componed los pleitos, no sea que ayunéis de carne
y devoréis a vuestros hermanos."
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